miércoles, 3 de septiembre de 2014

Frank Shorter: vivir para correr

Durante casi una década fue el mejor en la distancia más mítica del atletismo, con la medalla de oro en el maratón de los Juegos Olímpicos de Munich´72 como momento cumbre de su carrera. Pero la historia le tenía reservado, además, otro papel estelar: con sus triunfos y su carisma, Frank Shorter fue uno de los artífices del “boom” del atletismo popular que se vivió en los Estados Unidos a principios de los 70.

Quiso el destino que Frank Shorter viera la luz en la misma ciudad que le diera gloria olímpica 24 años después. Un americano en Munich. Lo de su nacimiento en tierras germanas - el 31 de octubre de 1947- fue casual, ya que su padre se encontraba allí destinado como médico de las Fuerzas Armadas estadounidenses. Lo de la gloria olímpica lo tuvo que trabajar más, y en ello influyó un talento innato para los deportes, algo que demostró desde su época escolar, un inmenso amor por el atletismo y, según sus propias palabras, “una gran disciplina y una rutina consistente día tras día".

En Alemania pasó los primeros años de su vida antes de establecerse definitivamente con su familia en Estados Unidos. En la Universidad de Yale -donde se licenció en Psicología en 1969- destacó como uno de los mejores fondistas del país, proclamándose el año de su graduación campeón nacional universitario de los 10.000 metros. Seis años después, siendo toda una celebridad del mundo del deporte, también se licenciaría en Derecho por la Universidad de Florida, lo que habla a las claras de su espíritu inquieto y fuerza de voluntad.

En 1970 ya se había consagrado como el mejor atleta norteamericano en 5.000 y 10.000 metros, título este último que conquistaría en cuatro ocasiones más (1971, 74, 75 y 77). Además, fue cuatro veces consecutivas campeón nacional de campo a través, logró las medallas de oro en 10.000 metros y maratón de los Juegos Panamericanos de 1971, y ese mismo año ganó el prestigiosa Maratón de Fukuoka, triunfo que repetiría en los tres años siguientes. Los años 70 –en concreto hasta su retirada, en 1977- fueron suyos. En esos ocho años no se cansó de ganar en casi todas las carreras en las que tomaba parte. Pero su mayor éxito, el título que le llevaría a otra dimensión como atleta, lo obtendría en los Juegos Olímpicos de 1972 en Munich, la misma ciudad que le vio nacer.

Los primeros días de aquellos Juegos no pudieron ser más esperanzadores: una espectacular ceremonia de inauguración; récord de participación olímpica (7.134 deportistas de 121 países); y unos intensos primeros días de competición marcados por la exhibición del nadador Mark Spitz (siete medallas de oro,) y por el vibrante triunfo del finlandés Lasse Viren en los 10.000 metros, con récord del mundo incluido pese a haber quedado descolgado a mitad de la prueba por una caída. En esa carrera Frank Shorter finalizaba quinto por detrás de Viren, del belga Emil Puttemans, del etíope Mirus Yifter, y del español Mariano Haro.


Tragedia y gloria olímpica

Sin embargo, todo quedaría ensombrecido la noche del 4 de septiembre por el secuestro y posterior muerte -20 horas después- de once deportistas y entrenadores israelíes a manos del comando terrorista palestino “Septiembre Negro”. También fallecieron cinco secuestradores, un policía alemán y el piloto de uno de los helicópteros en los que pretendían huir. Aquellos Juegos quedarían marcados para siempre por el horror, pero tras un día sin competiciones los dirigentes del Comité Olímpico Internacional decidieron que el espectáculo deportivo debía continuar.

Así, tan sólo cuatro días después de la masacre que conmocionó al mundo, se corría el maratón masculino. Los principales favoritos eran el británico Ron Hill, el etíope Mamo Wolde, campeón olímpico en México´68, el belga Karen Lismont, campeón de Europa, y el australiano Derek Clayton, plusmarquista mundial de la distancia. No estaba entre los favoritos, a priori, Frank Shorter, para quien era su sexto maratón y no había podido ganar en ninguno de los que había disputado hasta entonces.

A las tres de la tarde del 9 de septiembre se da la salida, con una temperatura agradable. Ron Hill y Derek Clayton tiran fuerte en los primeros kilómetros llegando a cobrar ventaja sobre el grupo de Shorter. Pero éste acelera el ritmo, les da alcance y rebasa, marchándose en solitario hacia la meta en una estrategia que parecía suicida. Quedaba casi todo el maratón. En el km 20 aventaja a sus perseguidores en 29 segundos, distancia que nunca dejó de aumentar hasta el final. Cruza la meta vencedor en 2h12:19, aventajando en más de dos minutos a Lismont (plata) y en casi tres minutos a Wolde (bronce).

Sin embargo, Shorter estuvo a punto de no ser el primero en cruzar la meta del Olympiastadium. Al entrar al estadio percibe que algo raro pasa en el ambiente; en lugar de la esperada y merecida ovación escucha algunos pitos y los ecos de una bronca… No iban dirigidos para él, sino para un joven espontáneo quien instantes antes de su llegada, y saltándose las medidas de seguridad, accede a la pista disfrazado de atleta para hacerse pasar por el ganador, consiguiendo engañar al público durante unos segundos. Inmediatamente fue reducido y Shorter pudo hacer su entrada en la meta acompañado de los merecidos vítores como campeón.

Por primera vez desde que lo hiciera John Hayes en Londrés´1908, un norteamericano ganaba el maratón olímpico. Aquel éxito multiplicó su fama internacional y le convirtió en todo un ídolo en su país. Entre otros galardones, recibió el Premio James E. Sullivan que le coronaba como mejor atleta estadounidense del año. Entonces, Shorter declararía que más orgulloso que de la medalla de oro lograda, lo estaba de todo el esfuerzo, dedicación y compromiso que había derrochado para preparar la cita olímpica. Pronto sería un modelo y ejemplo para muchos.


Precursor del atletismo popular

Alto, desgarbado, con su peculiar bigote y una estética hippy en sus años de juventud, lo que caracterizaba a Shorter, por encima de todo, era un amor exacerbado por al atletismo. Perteneció a una generación de atletas norteamericanos (junto a Bill Rodgers, Steve Prefontaine, Jack Batchelor o Kenny Moore) que se divertían corriendo y hacían girar toda su vida en torno a este deporte: “Corríamos dos veces al día, algunas veces tres. Todo lo que hacíamos era correr. Correr, comer y dormir”. En su entrenamiento combinaba las tiradas kilométricas con un exigente “Interval training” (entrenamiento por intervalos), trabajo que hacía dos veces a la semana y que le permitía ganar velocidad y afinar su estado de forma.

Aquella era una época muy distinta a la actual, y no sólo por las diferencias en el calzado, el material o los sistemas de entrenamiento. Por ejemplo, entre el maratón de los Trials olímpicos de 1972 (que ganó con 2h15:58), y el de los Juegos de Munich (2h12:20) sólo pasaron 63 días. Y entre el maratón de los Trials de 1976 (que también ganó con 2h11:51) y el de los Juegos de Montreal (2h10:45), apenas 70 días de margen.

Además, su carismática figura y sus éxitos contribuyeron en gran medida a la difusión y generalización del gusto por correr entre la gente. En los años 60 surge un movimiento popular de corredores como consecuencia de las recomendaciones médicas que hablan de los beneficios de la carrera lenta para prevenir problemas cardiacos; en 1968 los entrenadores Phil Knight y Bill Bowerman fundan Nike, que populariza el material de atletismo; por esas fechas Bowerman escribe junto con el cardiólogo W.E.Harris el libro “Jogging: programa de acondicionamiento físico para todas las edades”, que vendió más de un millón de copias en todo el mundo; en 1970 se celebra la primera edición del Maratón Popular de Nueva York... Todos esos hitos son importantes, pero el impulso definitivo llegaría en 1972. Ver ganar a un compatriota el maratón olímpico activó la fiebre por las carreras de fondo en Estados Unidos; de repente, mucha gente quería participar en estas pruebas y gran parte de “culpa” la tuvo Shorter con su ejemplo. Por eso, se le considera uno de los responsables del auge del atletismo popular en los años 70.

Cuatro años después, ya sin su inconfundible bigote, participó en sus segundos Juegos Olímpicos, en Montreal, de nuevo en 10.000 metros y maratón. Esta vez sí partía como el principal favorito para llevarse el oro y, de paso, emular a Abebe Bikila haciendo un “doblete” en el maratón olímpico. Nadie le podrá acusar de no haberlo intentado, marcando un ritmo fuerte a mitad de carrera, y marchándose en solitario en el kilómetro 25. Pero no contaba con la fortaleza de un alemán oriental de 25 años, casi desconocido entonces, que remontó la desventaja y le superó en el km 34, mientras volaba camino de un nuevo récord olímpico. Waldemar Cierpinski ganó con un crono espectacular (2h09:55), mientras Shorter se tuvo que conformar con la medalla de plata con unos notables 2h10:45.

En 1977 decide dejar el atletismo, aunque regresó brevemente en 1979 ganando una medalla de bronce en los 10.000 metros de los Juegos Panamericanos. Ya retirado, fundó una compañía de ropa deportiva (Frank Shorter Sports), trabajó como comentarista deportivo en televisión, y fue presidente de la Agencia Antidopaje de EEUU. En 1984 fue incluido en el Salón de la Fama del atletismo estadounidense, y como curiosidad final diremos que se proclamó campeón mundial de biatlón para veteranos en 1989. A sus 66 sigue gozando de una gran forma física, ya que nunca ha dejado de practicar el deporte que tanto ama.


MEJORES MARCAS PERSONALES
5.000 metros: 13:26.60 (Nyköping, Julio de 1975).
10.000 metros: 27:45.91 (Londres, Agosto de 1975).
Maratón: 2h10:30 (Fukuoka, Diciembre de 1972).

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