domingo, 11 de marzo de 2012

Dorando Pietri: la leyenda del perdedor

El maratón de los Juegos Olímpicos de Londres´1908 pasaría a la historia por ser la carrera en la que se establecieron por primera vez los 42,195 kilómetros como la distancia para esta prueba. Pero también sería recordada por lo que le aconteció a un pequeño atleta italiano, de nombre Dorando Pietri. Su dramática llegada a meta, y posterior descalificación, llegó al corazón de todos los espectadores y le catapultó a la fama. Aquí recordamos su historia.


La ciudad de Londres acogía la cuarta edición de los Juegos Olímpicos modernos, tras las celebradas en Atenas, París y Sant Louis. Hasta entonces, las carreras de maratón se disputaban sobre unos 40 kilómetros, la distancia que separa Maratón de Atenas, trayecto que recorrió el soldado Filípides para anunciar la victoria sobre el ejército persa en el año 490 a.C., según nos cuenta la leyenda sobre el origen de esta prueba. Pero en esta ocasión tendría una distancia algo superior a la habitual, por decisión real. Como no podía ser de otra manera, la carrera finalizaría en el majestuoso Sheperd Bush Stadium, con capacidad para 75.000 espectadores. Pero para que pudiera iniciarse en los jardines del Castillo de Windsor, residencia de los Príncipes de Gales, hubo de establecerse un recorrido de 26 millas y 385 yardas (42,195 kilómetros). En 1.921, por razones nunca suficientemente explicadas, se tomó la decisión de establecer esta distancia como la definitiva para todas las pruebas de maratón.

A las dos y media de la tarde del 24 de julio, se daba la salida oficial a la carrera, que resultaría ser una auténtica locura. El día fue especialmente caluroso en Londres, lo que afectaría sobremanera a los 56 participantes, la mitad de los cuales acabarían retirándose. Mediada la prueba, al paso por Sudbury, marcha en cabeza el piel roja canadiense Tom Longboat, quien pocos kilómetros después empieza a mostrar signos de debilidad. Sus acompañantes intentan reanimarle con una botella de champán, pero debió beber más de la cuenta porque unos minutos después acabaría tendido en el suelo.

Toma el relevo al frente de la carrera el sudafricano Charles Hefferson, quien al paso por el kilómetro 30 aventaja en más de cuatro minutos al segundo clasificado, el italiano Dorando Pietri; algo más atrás, transita el joven norteamericano John Hayes. Pero Hefferson sufre una terrible crisis, mientras el pequeño y fornido atleta italiano (1,59 metros; 60 kilos de peso) avanza con paso firme, dando sensación de una gran frescura. En el kilómetro 38 le alcanza y acelera de nuevo; al paso por el 40, Pietri transita en solitario con una amplísima ventaja, en busca de la victoria.



Una escena dramática

Días después, el propio atleta relataba a un periodista de Corriere della Sera lo que ocurrió a partir de ese instante: “Soy primero. Podía disminuir la marcha, pero a la vez estoy lleno de una furia que me hace correr más deprisa (…) Ahora que el camino está libre delante de mí no sé frenarme. Paso entre dos filas llenas de público que no veo, pero huelo. Miro siempre al frente buscando algo que no veo aún, porque la carretera tiene muchas curvas (…) Ahora veo allá, al fondo, una masa gris que parece un buque con el puente abanderado. Es el estadio. Después no recuerdo nada más”. Efectivamente, ya no podría recordar nada más. A partir del kilómetro 41 Pietri se había quedado absolutamente “vacío” de fuerzas, fruto de la fatiga extrema y la deshidratación.

Sus últimos metros resultan dramáticos. Al entrar al Sheperd Bush Stadium, desorientado y con el rostro desencajado, toma el sentido equivocado de la pista y debe ser redirigido por los jueces. Inconsciente y con pasos erráticos, se tambalea y cae sobre la ceniza de la pista una y otra vez. Cae y se levanta, así hasta cuatro veces, y en cada ocasión debe ser ayudado por varios jueces y un médico. Le ponen en pie, le reaniman, le dan masajes, le orientan a meta… Su última recta en un calvario, pero Pietri se resiste a retirarse. Cae por última vez a cinco metros de la llegada, justo en el momento en que John Hayes está entrando en el estadio olímpico. El público asiste a la escena con el corazón encogido.

Tarda más de nueve minutos en recorrer los últimos 350 metros, y cruza la línea de meta en un tiempo de 2h 54´46”, ayudado y sujetado por un juez, en una de las imágenes más famosas de la historia del olimpismo. Nada más llegar se desploma y permanece un tiempo tendido en el suelo, auxiliado por médicos y organizadores. Se dijo incluso que estuvo en riesgo de fallecer por el brutal sobreesfuerzo. Pocos segundos después llega a meta Hayes, y tras él lo harían Hefferson y otros dos norteamericanos (Frenshaw y Welton). Inmediatamente, la delegación estadounidense presenta una reclamación por la ayuda recibida por Pietri, quien es descalificado. Hayes se convertiría en el ganador oficial de aquel maratón.

Pero curiosamente el pequeño atleta italiano lograría más fama que el vencedor, al protagonizar el acontecimiento más conmovedor de aquellos Juegos. Era el vivo reflejo del esfuerzo máximo sin premio; un héroe sin corona. Aquella gesta inacabada de Dorando Pietri trascendió el ámbito de lo deportivo para convertirse en leyenda; su desgracia había llegado al corazón del público británico. Pasó toda la noche en observación recibiendo atenciones médicas, tal fue el estado de agotamiento en que llegó. Al día siguiente, la reina Alejandra, en el acto de entrega de trofeos a los ganadores, quiso premiar el pundonor de Pietri, entregándole una copa de plata acompañada de sentidas palabras de admiración. Ya se había convertido en una celebridad internacional.



Una popularidad inusitada

Nacido en Mandrio, localidad de Reggio Emilia (Italia), el 16 de octubre de 1885, Pietri pasó su juventud en el pueblo de Carpi (Módena), donde trabajó de ayudante en una fábrica de confección y, posteriormente, en una pastelería. Con 19 años, acude a esta localidad a tomar parte de una carrera Pericle Pagliani, el atleta más famoso de Italia en aquella época. Pietri, convencido por sus amigos, participa vestido con su ropa de trabajo, y a punto está de derrotar a Pagliani. Animado por este inesperado éxito, participa pocos días después en una carrera de 3.000 metros en Bolonia, en la que queda segundo. A partir de entonces, empezaría a entrenar con regularidad.

Su primer éxito internacional llegaría en 1905, al vencer en los 30 kilómetros de París, y meses después gana el maratón de calificación para los Juegos Interolímpicos, con los que se quería conmemorar en Atenas el décimo aniversario de los de 1896. En esa carrera tuvo que abandonar por un problema intestinal cuando iba primero con 5 minutos de ventaja. Pese a ello, ya se había consagrado como el mejor atleta italiano de largas distancias, algo que confirmaría en 1907 venciendo en el Campeonato de Italia de 5.000 y 10.000 metros. Desde entonces, empezaría a preparar a conciencia el maratón de los Juegos Olímpicos de Londres, la carrera que, pese a su desdichado final, le otorgaría popularidad y fortuna.

A partir de ese momento le llovieron ofertas para participar en carreras de exhibición en los Estados Unidos -mitad deporte, mitad espectáculo-, en algunas de las cuales se enfrentaría con John Hayes. Tan popular se hizo que el compositor Irving Berlín compuso un tema titulado Dorando, alusivo a su hazaña, y recibió propuestas de matrimonio de diversas mujeres. Siguió corriendo por todo el mundo hasta 1911, aprovechando su popularidad para recaudar un buen dinero. Un año antes había conseguido su mejor marca personal en un maratón; fue en Buenos Aires, donde marcó un tiempo de 2 horas, 38 minutos y 2 segundos.

A los 26 años y tras haber ganado 200.000 liras (toda una fortuna en aquella época), Dorando Pietri se retira. Monta junto a su hermano un hotel, pero el negocio fue un fracaso. Después, se traslada a San Remo, donde abre un taller mecánico. En una estantería del mismo lucía con orgullo la Copa de plata que le entregó la reina Alejandra y la fotografía que inmortalizaba dicho momento. Aquella derrota fue su mejor triunfo. A los 56 años, el pequeño héroe de los Juegos Olímpicos de Londres se desplomó de nuevo, pero esta vez ya no se levantó. Un paro cardiaco había acabado con su vida.


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