jueves, 11 de agosto de 2011

13 reglas, una cesta y un balón

Las canastas que valen títulos de Michael Jordan, los 100 puntos de Wilt Chamberlain, cualquiera de las asistencias cargadas de magia de Earving Magic Johnson, la serie de anillos de los Celtics de Auerbach, la voracidad anotadora de Drazen Petrovic… Son sólo unos pocos –muy pocos- de los momentos cumbres en la historia del baloncesto, deporte que nació de manera casual en diciembre de 1891. Y todo comenzó con una cesta de melocotones.


Sr. Stebbins, ¿tiene un par de cajas de madera de unas 18 pulgadas cuadradas?”. Cuando James Naismith le hizo esta petición al conserje de la escuela YMCA, en Springfield, no podía imaginar que se estaba gestando el que llegaría a ser uno de los deportes más practicados y seguidos en todo el mundo. “No, pero tengo un par de cestas de melocotones, si le sirven…" Efectivamente, habría de servirle, no tenía otra cosa. Naismith las clavó al balcón de madera que rodeaba el gimnasio de la escuela, cada una a un extremo de la sala, a una altura de 10 pies del suelo (3'05 metros), medida que ya nunca cambiaría. Luego, se dirigió a su despacho y mecanografió las 13 reglas básicas del juego que había estado ideando en las últimas semanas. Por último, colgó esos dos folios en un tablón del gimnasio, donde estaban a punto de llegar sus alumnos para la clase de Educación Física.

Aquel día tenía clase con los incorregibles, el aula más complicada del centro, un grupo de alumnos veteranos y resabiados difíciles de convencer. Frank Mahan, uno de líderes de aquella clase, fue el primero en aparecer. "¡Vaya! otro juego nuevo", exclamó con desdén al ver las reglas escritas y las cestas colgadas de los balcones. Cuando los 18 incorregibles llegaron al gimnasio, Naismith les pidió que se dividieran en dos equipos de nueve jugadores cada uno; les prometió que sería el último experimento. Eugene Libby y Duncan Patton fueron nombrados capitanes, les explicó las reglas, cogió un balón de fútbol y comenzó el partido. Los alumnos se mostraban desorientados y casi nadie estaba seguro de lo que debía hacer. Las normas dictaban que el jugador que cometiera una segunda falta sería expulsado y no podría jugar hasta que se anotara la siguiente canasta… y había tantas faltas que en ocasiones casi la mitad estaban fuera de la pista.

Pese a ciertas escenas de caos y desorden, los alumnos, con sus camisetas de manga corta y sus largos pantalones grises, disfrutaban con entusiasmo de este nuevo juego que no tenía ni nombre, como también lo hacían los demás estudiantes que abarrotaban el balcón de espectadores para ver aquel original partido. Una infinidad de tiros disparatados se mezclaban con alguna que otra canasta, que era celebrada con júbilo. “One goal”, gritaba Naismith cada vez que se encestaba. Entonces, Pop Stebbins debía subirse a la escalera para recoger la pelota dentro de aquellas cestas de melocotones. El experimento había sido un éxito. Incluso Mahan, escéptico aquella misma mañana, entendió que aquel no era un juego más, y pidió prestadas a su profesor las hojas con las reglas para estudiarlas a fondo.

¿Por qué no llamarlo Naismith ball? –le sugirió- usted es el inventor y así se le recordará siempre”. “No Frank, eso nunca”. “Pues entonces, señor, si tenemos un balón y un cesto… ¿por qué no llamarlo baloncesto?”. Aunque no ha quedado constancia escrita de la fecha, se cree que aquello ocurrió el 21 de diciembre de 1891, el día en que oficialmente nació el baloncesto. Antes de las vacaciones de Navidad de aquel año sólo hubo tiempo para un par de partidos más, pero fueron suficientes para demostrar que la invención de Naismith había triunfado. El 15 de enero de 1892, The Triangle, la revista oficial del YMCA, dio su visto bueno al juego y publicó las reglas y consejos de su creador, lo que provocó que la noticia viajara por todos los centros que la institución tenía repartidos por el mundo.



Entrenamiento bajo techo
Quince meses antes, en septiembre de 1890, James Naismith había comprado un billete de tren que le llevaría a Springfield, Massachussets. Había decidido unirse al proyecto de la escuela YMCA para trabajadores cristianos. La idea era hacer un curso de dos años para crear instructores que luego viajarían por el mundo difundiendo las ideas cristianas y sus conocimientos en temas de administración y educación física, la especialidad de nuestro protagonista. El Dr. Luther Halsey Gulick Jr, titulado en medicina pero un entusiasta del deporte, era el jefe de educación física de la escuela, y pronto quedó impresionado por su iniciativa y conocimientos en la materia. Fue él quien le pidió que inventara un nuevo juego para que los alumnos pudieran ejercitarse bajo techo. La petición del Dr. Gulick no era casual, ya que se había dado cuenta que, debido al intenso frío y la nieve del invierno en Springfield, los estudiantes no realizaban el entrenamiento físico durante estos meses, los que enlazaban la recién finalizada temporada de fútbol con la venidera de beisbol.

Tampoco lo fue la elección del destinatario de su petición. James Naismith, siempre inquieto, había diseñado meses atrás el que sería considerado el primer casco de la historia del fútbol americano. Durante días, reflexionó sobre variantes de deportes existentes, intentando sacar lo mejor y lo peor de cada uno. La premisa fundamental era que se pudiera jugar bajo techo y en espacios reducidos, y tenía claro que el balón debía ser el elemento central del mismo. Además, debía ser fácil de aprender, mostrar un equilibrio entre el ataque y la defensa, que la técnica y la precisión contaran más que la fuerza, y –fundamental- que no fuera agresivo. Para ello, no podía dejar correr a los jugadores con el balón en las manos, ya que esa sería la única forma de evitar el contacto físico.

Dos semanas después de haber recibido el encargo, presentaba a Gulick las líneas maestras de su nueva criatura. Su esencia era simple; se jugaría sólo con las manos y tendría como objetivo meter el balón en una cesta, que estaría a una cierta altura para primar la precisión. Pronto, este juego sería seguido con gran interés en todo Estados Unidos y en otros países gracias a la labor de difusión que llevaban a cabo los instructores de la escuela YMCA. Su práctica se extendió con una rapidez asombrosa, y fue perfeccionándose sobre la marcha, mientras se jugaba, teniendo en cuenta los comentarios y sugerencias de quienes lo practicaban. En 1894 se establece la línea de tiro libre; en 1895, el tablero; en 1897 se reglamentan cinco jugadores por equipo; en 1904 se define el tamaño de la cancha… Sin duda, el baloncesto necesitaba algo más que las 13 reglas que Naismith había colgado en un tablón del gimnasio de Springfield.



Una infancia marcada por la tragedia
Nacido el 6 de noviembre de 1861, James fue el segundo hijo de John Naismith y Margaret Young, pertenecientes ambos a clanes escoceses que habían desembarcado en Canadá tras las guerras napoleónicas. En una granja de Almonte, un pequeño pueblo de Canadá, vendría al mundo nuestro protagonista. Allí, en plena naturaleza, rodeados de grandiosos bosques, en un ambiente de crueles inviernos y cortos veranos, se criarían James y sus dos hermanos, Annie y Robert. Pero la vida nunca fue fácil para los Naismith-Young. En julio de 1870, el cabeza de familia subió en un carro a su mujer y a sus tres hijos y puso rumbo hacia Grand Calumet Island, a orillas del río Ottawa. Atraídos por las oportunidades de trabajo que ofrecía un nuevo aserradero, partieron en busca de una vida mejor; por el contrario, encontraron todo tipo de desgracias y penalidades. Primero recibieron la noticia de la muerte del abuelo Robert; después, un gran incendio convirtió el aserradero en cenizas. Los pocos ahorros que tenían se acabaron cuando una epidemia de tifus atacó las chabolas de Grand Calumet Island. John y Margaret cayeron enfermos y fallecieron unas semanas después.

Poco antes, William Young había ido a recoger a sus tres sobrinos; los niños jamás olvidarían la emotiva despedida de sus padres, ya gravemente enfermos. Margaret falleció el mismo día en que el pequeño James cumplía nueve años. Los tres hermanos se criaron con la abuela materna entre Almonte y Bennie's Corner, curtidos por los golpes de la vida, la estricta educación de su abuela y la dureza del entorno. A James no se le daban bien los estudios, pero destacaba entre el resto de los chicos en cualquier disciplina deportiva en que participara: patinaje sobre hielo, natación, carreras de canoa por los rápidos del Río Indian... Además, pasaba largos ratos en la parte trasera de la tienda del herrero jugando con sus amigos a Duck on the Rock, juego en el que una piedra se ponía encima de una roca grande y se tiraba otra con parábola para derribarla mientras la piedra tirada tenía que quedar encima de la roca. Dos décadas después, Naismith se inspiraría en la idea del tiro parabólico de Duck on the Rock para inventar un juego donde la técnica y la precisión eran más importantes que la fuerza.

A punto de cumplir los 15 años, deja el Instituto para unirse a los leñadores de los bosques de Québec, con quienes pasó cinco años antes de volver para terminar sus estudios, ya con 20. Deseaba contentar a su tío Meter, quien quería que fuera un buen pastor presbiteriano. El director del Instituto de Almonte le facilitó la labor y le dio clases extras; así, pudo terminar en sólo dos años y lograr el acceso a la Universidad. En 1881 ingresa en la Universidad McGill en Montreal, donde de nuevo da muestras de unas sobresalientes cualidades atléticas y de un gran interés por todo tipo de deportes: rugby (modalidad que practicó con éxito durante años), lacrosse, lucha, beisbol… Muchos días entrenaba a las seis de la mañana, incluso con temperaturas bajo cero en invierno. Concluyó sus estudios universitarios con éxito en 1887.

Cuando en el verano de 1889 falleció el veterano profesor de educación física de la Universidad McGill, Frederick Barnjum, el puesto le fue ofrecido a un sorprendido Naismith. Sin duda, se enfrentaba a una misión de gran responsabilidad: reemplazar a uno de los especialistas más carismáticos de todo Canadá. Poco después de iniciar su labor como profesor de educación física terminaría los estudios de teología, aunque para entonces ya tenía claro que su futuro no sería como clérigo. "Me di cuenta que había más maneras de hacer el bien que rezar", escribiría años después. También para entonces había entablado amistad con Daniel Andrew Budge, director de la Asociación de Jóvenes Cristianos (YMCA). Después vendría su viaje a Springfield y la invención del baloncesto, el deporte que le daría la fama.



Una vida austera
Pese al éxito del baloncesto, Naismith siguió con su vida austera y cuando decidió abandonar Sprigfield, en 1895, simplemente se llevó algunas traducciones de las reglas del baloncesto que le habían enviado desde distintas partes del mundo. No recibió ningún puesto de prestigio, ningún honor, ni siquiera la tarea de coordinar las numerosas reglas que iban surgiendo, a modo de sugerencias, desde todos los rincones del país. Después de inventar este deporte, pareció dejar que fueran otros (en un primer momento el Dr. Gulick) quienes controlaran su desarrollo; él centraría sus esfuerzos a partir de entonces en el mundo de la medicina.

Un año antes a su marcha, James había conocido a Maude Sherman, como no, en una cancha de baloncesto. Con ella se casaría el 20 de junio de 1894, y con ella y con su hija recién nacida viajaría a Denver en 1895 para matricularse en la Facultad de Medicina de la Escuela Gross; su principal interés se centraba en el campo de las lesiones deportivas. Durante tres años, compaginaría sus estudios con su trabajo como director del YMCA local. En 1898 recibiría su título de medicina con una nota de sobresaliente pero -al igual que ocurrió con la teología- nunca llegaría a ejercer la profesión. Por el contrario, se dedicaría durante décadas al entrenamiento cultural y deportivo, su verdadera pasión. Incluso entrenó durante 14 años al equipo de baloncesto que formó en la Universidad de Kansas, aunque sus resultados como entrenador del deporte que había inventado no pasaron de mediocres.

Inquieto por naturaleza, James Naismith no paró de estudiar y de enseñar durante toda su vida, además de involucrarse en numerosos proyectos sociales. Tuvo cinco hijos con Maude -quien se había quedado sorda a causa del tifus-, y pasados los 50 se alistó en la Guardia Nacional, como capellán, siendo enviado con los militares estadounidenses a luchar contra los rebeldes de Pancho Villa. Durante la Primera Guerra Mundial, fue enviado a Europa con el encargo de organizar pasatiempos para los militares estadounidenses en el frente y de darles conferencias sobre los riesgos del sexo promiscuo. Al finalizar el conflicto bélico regresó a su hogar en Lawrence (Kansas) donde continuó con su trabajo y con su vida, no sin ciertas dificultades económicas.

En 1935, mientras Estados Unidos se recuperaba de la Gran Depresión, un septuagenario Naismith recibió desde el viejo continente una buena noticia: el baloncesto iba a ser deporte olímpico en los Juegos de Berlín. Sin embargo, la alegría no fue completa: no podría asistir debido a sus escasos recursos económicos. Al enterarse Phog Allen, el entrenador que le sucedió en Kansas, puso en marcha una campaña para recaudar fondos para pagarle el viaje a Berlín. Bajo el nombre de "Las Noches de Naismith", se recaudaba un céntimo de dólar de cada entrada de los campeonatos universitarios de aquel año. En julio de 1936, profundamente emocionado, James Naismith realizaba en la capital germana el saque de honor del primer partido olímpico de la historia del baloncesto. Aquel juego que inventara 44 años antes para que sus alumnos pudiesen ejercitarse en los fríos días de invierno, era ya uno de los deportes más practicados y seguidos en todo el mundo. Con esa satisfacción moriría, de un derrame cerebral, tres años después. Su obra, sin embargo, será siempre eterna.

P.D: Los dos folios con las 13 reglas originales del baloncesto que mecanografió James Naismith el 21 de diciembre de 1891 se conservan todavía, y fueron vendidas en subasta recientemente (diciembre de 2010), por 4,3 millones de dólares.



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