lunes, 20 de septiembre de 2010

El superatleta destronado

Fue el primer gran atleta del siglo XX, una fuerza de la naturaleza, el deportista completo que destacaba en todas las modalidades. Tras asombrar al mundo en los Juegos de Estocolmo 1912, venciendo en las dos pruebas combinadas (pentatlón y decatlón), fue acusado de profesionalismo y despojado de sus medallas olímpicas. Esta es la peculiar historia del indio piel roja Jim Thorpe.


Jacobus Franciscus “Jim” Thorpe, nacido el 28 de mayo de 1888 en una reserva india en el estado de Oklahoma, ha sido uno de los deportistas más completos de la historia, ya que además de dominar casi todas las modalidades atléticas jugaba a muy alto nivel al béisbol, baloncesto, lacrosse y fútbol americano. A pesar de que éste último era su deporte favorito, y por el que se dio a conocer en su país natal, fue el atletismo el que le dio la fama mundial.

Nativo de la tribu Sac and Fox, descendiente por vía materna de Black Hawk (Halcón Negro), el mítico gran jefe de dicha tribu, recibió el nombre tribal de Wa Tho Huk (Sendero brillante), debido a que los rayos del sol iluminaban intensamente el sendero que conducía a la cabaña donde nació. El pequeño Jim pronto destacó por sus excepcionales facultades físicas. Pasó los primeros años de su vida trabajando con su padre, corriendo, cazando y pescando como un hijo de la naturaleza, lo que probablemente fue el mejor “entrenamiento” para un atleta tan completo como llegó a ser.

Los primeros pasos de su carrera deportiva los dio en el internado del Indian Collage de Carlisle, en el estado de Pennsylvania, una institución dedicada a la enseñanza de niños indios en la que ingresó con 16 años. La muerte de su padre le lleva a abandonar la escuela, pasando a trabajar durante un par de años en una granja. Sin embargo, el joven Jim añoraba el ambiente de la escuela y la intensa practica deportiva que allí desarrollaba (fútbol americano, béisbol, atletismo, baloncesto, lacrosse…), por lo que en 1907 decide regresar a Carslile.

Dotado de un gran talento natural para el deporte y de un impresionante físico, que aunaba fuerza, agilidad, rapidez y resistencia (1,83 metros y 80 kilos de adulto), su primer interés se dirigió al fútbol americano, hasta que un día su capacidad atlética llamó la atención del prestigioso entrenador Pop Warner, quien le tomó bajo su protección y le llevó a ser una deportista completo.


El atleta más completo
En los siguientes años la progresión deportiva de Jim fue fulgurante. Era ya un líder, y conducidos por él los “indios” de Carlisle alcanzan una gran notoriedad en todo el país, llegando a conquistar el título nacional de fútbol americano. Es elegido en dos ocasiones para el All-American, una selección nacional de los mejores futbolistas amateurs de cada temporada. "Nadie puede pararlo", decía de él Pop Warner.

En la primavera de 1912, entre otros logros atléticos, consigue tres primeros puestos, dos segundos y un tercero en el campeonato de atletismo universitario contra la campeona Universidad de Pennsylvania. Con 24 años, consagrado ya como uno de los grandes deportistas del momento, los Juegos Olímpicos de Estocolmo 1912 debían ser el test definitivo de su capacidad atlética. Y superaría la prueba con nota.

En esos Juegos se introducen por primera vez las pruebas combinadas de pentatlón (salto de longitud, lanzamiento de jabalina, 200 metros, lanzamiento de disco y 1.500 metros) y decatlón (con las mismas disciplinas que en la actualidad, aunque entonces se disputaba en tres jornadas). En ambas, Thorpe vence con aplastante superioridad. En el pentatlón triunfa en cuatro de las cinco pruebas; en el decatlón, en cuatro de las diez, estableciendo un nuevo récord olímpico y mundial. Sus 8.412 puntos, que corresponderían a 7.232 según la tabla de puntuación actual, es una marca espectacular para la época y tardaría 16 años en ser batida. Además, participaría en la final de salto de altura -en la que quedó cuarto con una marca de 1,87-, y en la de salto de longitud (séptimo con 6,89). “Permítame, señor, que le felicite. Es usted el más maravilloso atleta que han visto los siglos”, le dijo el rey Gustavo V de Suecia.

Tras los Juegos de Estocolmo regresa a su país como un auténtico héroe, protagonizando incluso la tradicional parada en coche descubierto por Broadway, reservada para personajes y acontecimientos muy señalados. Remata otra magnífica temporada futbolística, siendo elegido por tercera vez All-American, y en enero de 1913 se casa con su novia Iva Millar. Todo son éxitos, la vida le sonríe… pero el destino le tiene reservado, una vez más, una mala jugada.


Acusación de profesionalismo
Meses después, un periodista publica que en los veranos de 1909 y 1910 había cobrado un sueldo de unos 70 dólares mensuales de un modesto equipo de las ligas americanas de béisbol. En aquella época, la condición de amateur comportaba una absoluta prohibición de cualquier forma de compensación económica, por lo que era normal que al finalizar la temporada de atletismo muchos universitarios se inscribieran con nombres falsos para jugar unos meses en las ligas profesionales y ganar algún dinero. Jim también lo hizo pero no ocultó su identidad, creyendo que no contravenía ninguna regla. Aquella ingenuidad le costaría caro.

Tras investigar el caso, la Amateur Athletic Union (AAU) de Estados Unidos le privó de su condición de deportista aficionado, y el Comité Olímpico Internacional (COI) decidió despojarle de sus medallas, a la vez que su nombre y sus récords desaparecían de todas las clasificaciones oficiales. Los atletas que habían quedado en segunda posición en ambas pruebas (el noruego Ferdinan Bie y el sueco Hugo Wislander) se negaron a recibir las medallas de oro que tuvo que devolver Thorpe como un gesto de admiración hacia él. Las preseas permanecieron durante décadas en el Museo Olímpico de Lausana.

Amargado tras aquella descalificación olímpica que siempre consideró injusta, Jim Thorpe –designado por la prensa norteamericana como el mejor deportista nacional del primer cuarto de siglo- probó suerte en otros deportes, jugando con éxito en los míticos Giants de Nueva York de la liga fútbol americano. Posteriormente, fichó por otros equipos de fútbol americano y de béisbol hasta su retirada en 1928. Si durante cerca de una década cosecha éxitos deportivos y suculentos contratos económicos, sus últimos años como deportista profesional están marcados por una sucesión de fracasos motivados por sus numerosos problemas personales.

Jim Thorpe no tuvo una vida personal fácil, marcada en numerosas ocasiones por la tragedia y la adversidad. Cuando sólo tenía ocho años su hermano gemelo falleció a causa de una meningitis, se quedó huérfano de padre y madre antes de cumplir los 18, su primer hijo (tuvo ocho) murió en una epidemia de gripe, se divorció en dos ocasiones… Todo un catálogo de adversidades a las que además hay que añadir que fue víctima de discriminación racial debido a sus raíces indias, discriminación de la que era plenamente consciente y contra la que siempre se rebeló.


Una vida llena de adversidades
La muerte de su primer hijo le sume en una profunda depresión. Ya de por sí serio y reservado, se le agria todavía más el carácter y empieza a beber compulsivamente. Las desavenencias con su esposa pasan a ser frecuentes, lo que desemboca en su divorcio, y empieza a descuidar los entrenamientos con el lógico bajón en su rendimiento deportivo.

Los Giants rescinden su contrato, y a partir de aquí inicia una etapa de continuos cambios de equipos, e incluso épocas en las que tiene serias dificultades para encontrar un equipo en el que seguir jugando, llegando a pasar calamidades. Tras retirarse –arruinado y en plena crisis por la Gran Depresión- acaba realizando todo tipo de trabajos para sostener a su familia: trabaja en la construcción, como cargador en los muelles, portero de club nocturno, guardia de seguridad, e incluso hace de extra de cine en varias películas, caracterizado sobre todo de Gran Jefe indio. Sin embargo, su situación personal no mejora; los empleos no le duran mucho y gran parte de lo que gana se lo gasta en las tabernas.

Sumido durante años en el olvido, en 1950 es hospitalizado, de caridad, para ser tratado de un cáncer de boca. Un año después, una película vino a recuperar y engrandecer su figura. Dirigida por Michael Curtiz y con Burt Lancaster dando vida al atleta, Jim Thorpe: All American (1951) narra su trayectoria vital y deportiva, y todos los obstáculos que tuvo que superar para convertirse en una leyenda del deporte. Una de las escenas más emotivas recoge un episodio ocurrido en 1932, durante la celebración de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles. El antaño ídolo de masas deambula por las inmediaciones del estadio olímpico sin dinero para pagarse la entrada, cuando es reconocido por unos espectadores que le llevan hasta la tribuna de honor, donde es aclamado por el público que abarrota el Coliseo.

Jim Thorpe falleció el 28 de marzo de 1953 rodeado de sus siete hijos y su tercera esposa, enfermo de cáncer, pobre y alcoholizado, sin haber visto restituido su “honor olímpico", algo que no ocurriría hasta 1982. Siete décadas después de su gesta, el entonces presidente del COI, Juan Antonio Samaranch, hacía entrega a sus herederos de las dos medallas de oro que le fueron retiradas. Jim Thorpe, el piel roja que asombrara al mundo en 1912, “el más maravilloso atleta que han visto los siglos”, recuperaba así, oficialmente, el reconocimiento de unos títulos olímpicos que nunca debió perder.

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